El juego del calamar – MarcadorInt


Competir ya es como respirar: lo haces sin querer. En los últimos Juegos Olímpicos hubo varios debates sobre lo que significaba la competitividad y qué relación tenía con el famoso espíritu olímpico, que es como el espíritu santo pero bien. Todo vino porque dos saltadores de altura llegaron al mismo nivel, y si no hacían más intentos, el oro era para los dos.  Alguno, seguramente de los que salieron a correr únicamente el primer día postconfinamiento, se tiró de los pelos en el sofá. Que si eso enterraba el espíritu olímpico, que esto iba de competir, de dejártelo todo para llegar a lo más alto, tú solo y sin compartir el premio con nadie. Uno no sabía si estaba hablando de los Juegos Olímpicos, los juegos del hambre o el juego del calamar.

Se olvida muchas veces que el deporte nació como comunión, después se conjugó como entretenimiento y ahora ya es un negocio. Cuando aparece el dinero, todo se pervierte. Entra en juego la competición. Y en este mundo de Decathlons en cada esquina y likes de Instagram, el deporte es una metáfora perfecta para entender lo que pasa en tu casa y en tu empresa. La sociedad de la productividad, que siempre tiene que ir a por más, quiere crear máquinas más que seres humanos. ¿Nervios, ansiedad, depresión? Compite y calla.

Por eso fue tan importante que alzaran la voz Simone Biles o Naomi Osaka, como en su día lo hicieron Michael Phelps, Andrés Iniesta o Bojan Krkic. A veces se utiliza el deporte para hacerte ver que los de la tele son superhombres y supermujeres que pueden con todo. Y por eso tú también tienes que poder con todo. Si tienes una carrera ahora te toca un máster, si tienes un máster tienes que sacarte el C1 porque el B2, que ni siquiera tienes, ya es poco, y si sabes inglés pues empieza por el chino, y ¿a que no sabes usar Photoshop?, y venga comparte esto en Twitter y esto es Instagram y para que lo pones si no tienes ni un me gusta y venga que son las ocho de la noche y aún puedes ir al gimnasio porque si no trabajas, no haces ejercicio, no haces lo que todos queremos eres un parásito, una estafa. Una lacra.

Te quitó un peso de encima que Simone Biles dijera hasta aquí. Porque si ella, que parecía perfecta, lo hizo, tú también puedes hacerlo. Hasta ahora te habían dicho que si querías podías. Pues no. Hay veces que quieres y no puedes. O hay veces que directamente no quieres. Y hay que parar y decirlo. Porque no hay nada más valiente que mostrarse vulnerable.

Hace poco fue el día de la salud mental y pusiste hashtags y tenías tips y parecías hasta psicólogo. Vigila con lo que piensas en los días señalados porque a lo mejor tú también insultatse a Laura Gil en los Juegos Olímpicos o pasaste memes de Morata por tus grupos de WhatsApp. O en tu trabajo metes el codo para ser el mejor. Es normal, sufres por las expectativas, por los sueños que se retrasan, por el qué pensarán. Galder Reguera escribió hace poco en el Diario As que el deporte enseñaba que “podemos mejor el mundo y asegurar el futuro de todos, pero solo si trabajamos junto”. Dejemos el juego del calamar.

Imagen de portada: Russell Hart/Focus Images Ltd