Disfrutemos de la Libertadores mientras haya tiempo


Ha vuelto la Copa Libertadores. Y con ella toda su imprevisibilidad. El drama. La diversidad. La emoción. Los sueños. En tiempos duros para los amantes del fútbol, el certamen sudamericano todavía puede ser una fuente de consuelo.

La Libertadores es única por varias razones. Lo que más destaca es su naturaleza democrática. Gracias a la idiosincrasia de Sudamérica, el torneo conserva hasta hoy un carácter algo inhóspito. Los partidos a 4.067 metros en Potosí, a 3.640 en La Paz o a 2.850 en Quito complican la vida a los brasileños o argentinos más adinerados. El ambiente infernal en el Defensores del Chacho y en el Estadio Centenario de Montevideo es una auténtica pesadilla, al igual que la extenuante humedad de Barranquilla o Maracaibo. Las artimañas de un fútbol del pasado también siguen presentes en la competición; no es inusual ver en un partido, cuando el equipo local defiende un resultado, que el balón salga por la línea lateral y no vuelva, o que tarde muchos minutos en aparecer. A veces los sucesos son más siniestros, como cuando el Atlético Mineiro se enfrentaba al Newell’s Old Boys en las semifinales de 2013, y, necesitando un gol y con el tiempo agotándose, las luces del Estádio Independência se apagaron misteriosamente. En la reanudación, cómo no, el Galo marcó, llevando la decisión a los penaltis, y clasificándose para la final. Todo esto forma parte del folclore de la Libertadores, que la hace tan impredecible. Hay más factores que contribuyen a la ausencia de una hegemonía clara; la típica desorganización institucional de los clubes, que oscilan como las mareas, es uno de ellos. El River Plate pasa de estar en Segunda en 2012 a ganar el torneo más importante del continente en 2015 y el Cruzeiro pasa de ser favorito en 2018, llegando a cuartos de final, a descender en el Brasileirão en 2019. Por no hablar de las dificultades económicas que no perdonan ni a los más ricos, lo que provoca que los mejores jugadores dejen sus clubes con alguna regularidad, dificultando un proyecto a largo plazo, además de la altísima rotación de los entrenadores. De ahí que no se pueda dar nada por sentado en la Libertadores.

Aficionados celebran en el Mineirao en la Copa Libertadores. Foto: Hugo Cordeiro 92 bajo licencia Creative Commons 4.0
Aficionados en el Mineirao en la Libertadores. Foto: Hugo Cordeiro 92 bajo licencia Creative Commons 4.0

Mientras que la Liga de Campeones de la UEFA sólo tuvo cinco campeones diferentes en la última década, la Libertadores ha tenido nueve; el único que ganó dos títulos en 10 años fue River. Y mientras que la mayor competición europea sumó 18 semifinalistas, la sudamericana contó con 27.

La primera década de este siglo nos regaló temporadas épicas de protagonistas inesperados. El pequeño São Caetano, que ahora juega en la Serie D del Brasileirão, llegó a la final en 2002. Paysandu, que jugaba en la Série B en 2001, llegó a los octavos en su primera y única participación en la Libertadores, en 2003. Fue a la Bombonera y venció al Boca Juniors, que finalmente se proclamaría campeón. Hubo también la increíble victoria del Once Caldas contra Boca en la final de 2004, el Atlético Paranaense subcampeón en 2005 y el Cúcuta Deportivo alcanzando las semifinales en 2007.

La última década de la competición también nos dejó momentos históricos. Al menos una generación de aficionados de los clubes que fueron campeones no había visto a su equipo conquistar el trofeo más codiciado del continente. En 2011 Neymar ganó la primera Libertadores del Santos desde los tiempos de Pelé, en 1963. En 2012 el Corinthians consiguió el primer título de su historia. El año siguiente, el Atlético Mineiro de Ronaldinho también conquistó su primera Libertadores. Y en 2014 le tocó a San Lorenzo, haciendo feliz al Papa Francisco. En 2015 Marcelo Gallardo levantó a River de una espera de 18 años, y en 2016 fue la vez de un Atlético Nacional que salió de la cola tras 27 primaveras. En 2017 Renato Gaúcho ayudó a Gremio a ganar su primera Libertadores desde 1995. 2018 fue el único año en que el campeón repitió: el River en la final del Bernabéu. En 2019 Jorge Jesús sacó al Flamengo de una espera de 38 años. Y 2020 fue el turno de otro portugués, Abel Ferreira, que dio el título al Palmeiras después de 21 años.

Aficionados de Peñarol en las gradas durante la Libertadores. Foto: jikatu bajo licencia Creative Commons 2.0
Aficionados de Peñarol en las gradas durante la Libertadores. Foto: jikatu bajo licencia Creative Commons 2.0

Pero no sólo cuentan los trofeos. La Chapecoense, que en 2012 estaba en la Serie C del Brasileirão, jugó la Libertadores en 2017. Así como ese Independiente del Valle que disputaba la Segunda ecuatoriana en 2009 y llegó a la final en 2016, además de arrollar por 5-0 al campeón Flamengo el año pasado. O el humilde Defensor de Montevideo que llegó a semifinales en 2014, jugando contra Nacional de Asunción, que nunca había pasado de la fase de grupos en su historia. Lanús fue subcampeón de la Libertadores en 2017 y el año pasado de la Copa Sudamericana, cayendo ante Defensa y Justicia, ese equipo de barrio que este año jugará la Libertadores por segunda vez.

El Deportivo La Guaira venezolano, el Unión La Calera chileno y el Rentistas uruguayo participarán este año por primera vez en la competición. Es poco probable que superen la fase de grupos, pero si sus estadios pudieran recibir espectadores, sus aficionados disfrutarían viendo desfilar por sus campos a las estrellas de Flamengo, Atlético Mineiro, São Paulo y Racing. Y, aun así, ¿quién convencería a sus hinchas de que no podrían llegar a las fases finales?

En la Libertadores todo el mundo (aún) puede soñar.

Y lo aprendí por experiencia propia. En 2007, el Fluminense ganó la Copa de Brasil y se clasificó para la Copa Libertadores por primera vez desde 1985. Yo, que entonces tenía 11 años, nunca había visto jugar a mi equipo en el torneo. Crecí viendo a los partidos de São Paulo y Boca en la competición. El Flu realizó una fase de grupos impecable y eliminó al Atlético Nacional en octavos. Me asusté cuando supe que nuestro rival en cuartos sería el São Paulo, ese São Paulo que había visto tantas veces por televisión, un equipo poderoso, imponente y ganador. Los había visto ganar la Libertadores y el Mundial de Clubes contra el Liverpool en 2005, además del Brasileirão en 2006 y 2007. Me acojoné viendo a Adriano, Hernanes, Miranda y Rogério Ceni en una eliminatoria contra nosotros. El Fluminense perdió por 1-0 el partido de ida en el Morumbi. En la vuelta íbamos ganando 2-1 hasta el minuto 91, cuando tuvimos un saque de esquina. Necesitábamos un gol. Washington lo marcó y el Fluminense eliminó al todopoderoso São Paulo. Hasta hoy es el partido más emocionante de mi vida. En las semifinales me enteré del rival: Boca Juniors, el actual campeón. Me asusté aún más.  Pensar que jugaríamos contra los Juan Román Riquelme, Martín Palermo y Rodrigo Palacio. Algunos jugadores argentinos dijeron que no conocían al Flu. El Flu los eliminó. Renato Gaúcho, en una entrevista posterior al partido, dijo: “Boca Juniors, un placer conocerte, Fluminense”. El partido de vuelta de la final contra la LDU en un Maracanã con 86.000 personas fue uno de los días más tristes de mi vida. Una campaña heroica, una noche única, un final trágico. El Fluminense jugó tres ediciones de la Libertadores después de 2008; 2013 fue la última. Y desde entonces soñamos con volver. Y en 2021 volveremos. Como para saciar nuestra nostalgia por el torneo nos enfrentaremos, en la primera jornada, al River de Gallardo, el equipo al que vimos jugar tantas finales en los últimos años. Después de tantos años de espera, tendremos la recompensa de jugar contra el que ha sido, seguramente, el mejor equipo del continente en los últimos años.

Como lo señala Tim Vickery, desde 2017 la Libertadores ha sido un poco más predecible. Sobre todo porque ahora el certamen se juega durante todo el año y no sólo en el primer semestre como antes. Esto ha beneficiado a los equipos con mayor poder adquisitivo, que pueden reforzarse a lo largo de la competición. En los últimos tres años River, Boca, Palmeiras, Flamengo y Grêmio han sido figuras habituales en las últimas fases del torneo, y algunos expertos ya se refieren a estos equipos utilizando una palabra escalofriante: superclubes. Pero aun así se han producido sorpresas, como que el Santos eliminara a Grêmio y a Boca y llegara a la final el año pasado. O como en esta edición, que ni siquiera ha llegado a las eliminatorias directas, pero ya ha dejado a un gigante por el camino: el Grêmio, que tiene tres títulos, y que fue campeón en 2017 y semifinalista en 2018 y 2019, cayó en los playoffs ante el Independiente del Valle, lo que acabó provocando la salida de Renato Gaúcho, que era el entrenador más longevo de un gran equipo brasileño.

Tal vez sea demasiado pronto para decirlo, pero dado el ritmo de los cambios, no es difícil imaginar que la Libertadores sea, poco a poco, despojada de su identidad. Hace poco, la Conmebol hizo una concesión que enfureció a los aficionados de todo el continente: optó por una final única, buscando una mayor audiencia, sobre todo en Europa. Esto acabó privando a la competición de algo que formaba parte de su esencia, las finales con partidos de ida y vuelta, las fiestas en ambos estadios, la posibilidad de que los hinchas que siguieron a sus equipos durante todo el torneo pudieran estar en la final, y no que un aficionado del Flamengo tuviera que arreglárselas para cruzar 3.778 kilómetros para ver la final en Lima.

Eso sí, por ahora la Libertadores todavía conserva su buque insignia: la imprevisibilidad. Lo puede comprobar el Grêmio. Lo que no sabemos es hasta cuándo será así. Disfrutémosla mientras haya tiempo.

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Foto de portada: Eduardo Alex Soares Vergara bajo licencia Creative Commons 4.0.